Los salvajes hijos de la democracia

Indignado, me siento frente al teclado –algo poco recomendable– para hablar de un hecho que ha supuesto la gota que ha colmado el vaso.

En Pozuelo de Alarcón, una de las zonas más adineradas de España, se ha producido un hecho que, por lo deleznable y vergonzoso, ha alcanzado las televisiones nacionales.

Jóvenes –la mayor parte de ellos menores–, han convocado uno de esos llamados “macrobotellones” a través de las redes sociales de internet que ha terminado por convertirse en una batalla campal, con asalto a una comisaría de policía incluido.

Es de suponer que la fiesta, la ingesta de alcohol y envalentonamiento de los cafres terminó por resultar en una revuelta que, la policía, apenas sí fue capaz de controlar.

Quema de vehículos policiales, destrozo del mobiliario urbano, incendio de contenedores, lanzamiento de piedras, botellas y otros objetos –más improperios varios– a la autoridad. Pobre autoridad, que ya ni tan siquiera es sombra de la palabra que la representa.

Muchos fueron detenidos. Ahora queda enfrentarnos a las vergonzosas humillaciones de los juicios que habremos de padecer el resto de la ciudadanía –la Ley del Menor debe ser modificada ipso facto–. Y es que, en verdad, somos nosotros quienes lo sufrimos y no los reos.

Muchos más escaparán indemnes.

Y digo yo, mientras esa banda de descastados hacía el vándalo por el lugar, ¿en qué gastaban las horas sus puñeteros progenitores? ¿Cómo hemos llegado a esta situación?

Cuantas más aberraciones de este tipo observo, más me doy cuenta de que la democracia ha dejado de ser lo que era para convertirse en amparo de los mal nacidos, los ladrones, los violadores, los asesinos y demás gentuza. Mientras que el resto de la sociedad, esa que trabaja, que aporta esfuerzo y riqueza al Estado, asiste impotente, rezando por no tener la mala suerte de cruzarse en el camino de uno de estos individuos.

Queda patente que la enseñanza tiene mucha culpa de esto. Igual que la debilidad y permisibilidad de los padres, que con tal de no sufrir demasiado a las criaturitas que engendraron, les sueltan unos cuántos billetes y les dejan hacer su voluntad de manera despreocupada. Ojos que no ven… Pero no voy a centrarme en estas cuestiones, que darían de por sí para varios artículos.

Lo que quiero decir con todo esto es que, como reza el dicho, “o jugamos todos o rompemos la baraja”. Ese es nuestro gran problema. El gran inconveniente de la democracia española. No se puede jugar a la democracia entregando a sus ciudadanos como corderos a una banda de asesinos, por ejemplo. Ellos no juegan con las reglas de la democracia, por tanto, resulta imposible aplicarles las mismas normas que nos rigen a los demás.

No se puede emplear la autoridad, si hemos cortado las alas de la policía, convirtiéndolos en muchos casos en enemigos de la propia justicia, que ata sus manos más de lo que debiera.

¿Cuándo fue la última vez que vieron una pareja de la policía haciendo ronda? Y, lo que es más importante, ¿cuándo fue la última vez que se sintieron seguros sabiéndolos cerca?

En una España imbécil de remate, ciega antes sus propias necesidades y en la que algunos se empeñan mezquinamente en mirar al pasado en lugar de encarar el futuro de una maldita vez, los hijos de puta tienen las de ganar. Y las tienen porque se lo permitimos. Porque cualquier cosa que suene remotamente a autoridad y disciplina nos recuerda irremisiblemente la terrible palabra que atenaza nuestros corazones: dictadura.

Señores, crezcamos de una vez. La dictadura formará parte de nuestra historia siempre, pero ya pasó. Ahora somos demócratas –algunos, hasta convencidos, mire usted–, pero eso no quiere decir que tengamos que volvernos cándidos, blandos y débiles.

En democracia nací y en ella espero encontrar mi final, pero no en esta “dictablanda”, con cientos de leyes estranguladoras y madre amantísima de la sinvergüencería, sino en una democracia de verdad, que defienda a sus hijos bienhechores y ponga en su lugar a aquellos que no lo son.

Esperanzado, como siempre, quiero creer que el sistema funciona. Que los policías volverán a ser la autoridad. Que los chavales seguirán siendo chavales, y no bestias inmundas. Y que los padres de aquellos que cometieron las faltas, sabrán ponerse del lado de la ley y no del de sus abusivos retoños.

Porque la esperanza es lo último que se pierde.

"Educad a los niños y no será necesario castigar a los hombres."

Pitágoras.