Ya pasó el día once, que quedará en mi recuerdo como una de esas fechas entrañables difíciles de olvidar.
He tomado un –si me permitís el apunte- merecido descanso porque, tras la presentación, había acumulado más de dos meses de concienzudo trabajo con el fin de que todo saliera lo mejor posible. No os mentiré si digo que ayer pasé el día relajado para recuperar fuerzas y aliviar ligeramente el pensamiento, que tampoco viene mal.
Pero faltaba realizar esta pequeña entrada, transmisor inevitable de los sentimientos y emociones del día grande de mi segundo hijo de papel.
A pesar de los inefables nervios, naturales en el padre orgulloso –más que nada, porque uno tiende a ser un ápice perfeccionista… a veces por demás-, todo transcurrió con bastante naturalidad y cierto encanto, o así lo percibí yo.