Tendemos a guiarnos por el rumor, ampliamente aceptado, de que los jóvenes no leen. Bien pudiera parecer que la literatura es un espacio reservado a señores experimentados y damas cultísimas que escapara del alcance de aquellos adolescentes en formación; ni por asomo.
La mayor parte de nosotros habremos sido alentados a encontrarnos con la lectura en nuestra etapa infantil, pero reafirmamos nuestros gustos durante la pre o pos adolescencia, momento en que, guiados por la naturaleza, establecemos las bases de nuestra personalidad y marcamos la frontera con aquellos que nos asesoran y tutelan. Así, a las recomendaciones de profesores y padres, sumamos las surgidas de cosecha propia.
En estos años mozos, descubrí obras como la Divina Comedia, pero también El Señor de los Anillos o el clásico Drácula. Siempre lo he dicho: en la variedad está el gusto. Las nuevas generaciones se han decantado por libros como Las Crónicas de Narnia, movidos en su mayor parte por el cine, o sagas como Harry Potter y Crepúsculo, convirtiéndolos en verdaderos fenómenos de masas. ¿Podemos asegurar que los jóvenes no disfrutan de la lectura? ¿Carecen de tendencias?
Los adultos subestiman continuadamente los criterios adolescentes a la hora de elegir aquello que desean leer, detalle que probablemente encuentra su reafirmación en otro hecho constatado: la literatura juvenil es un género desdeñado por la plana mayor de escritores sesudos y críticos encumbrados. A estas alturas, no voy a establecer una defensa de la literatura juvenil. El movimiento se demuestra andando, los éxitos anteriores y otros muchos revelan la futilidad de este acto, pero, como escritor, observo en carne propia el gusto del público.
A pesar de considerarme un escritor de narrativa contemporánea (no gratuitamente, sino por la abundancia de mi producción en este campo), ha sido la primera novela que publiqué con Editorial Aladena: Diario de un Cazador – Linaje, englobado dentro del género de terror y homenaje al clásico de Bram Stoker: Drácula, el que, curiosamente, alcanzó su 2ª edición.
Cuando me planteo un libro, no lo hago pensando en el público objetivo que vaya a leerlo (un punto negativo desde la visión del marketing, tan importante en nuestros días), sino que escribo lo que siento, lo que deseo… sencillamente, lo que me apetece contar. El argumento tiene prioridad, el resto dependerá de los gustos del público. Cada persona descubre su libro, no a la inversa, aunque las campañas de venta y la publicidad se empeñen en demostrarnos lo contrario. Si deseara un bestseller, quizá debería planteármelo, pero como heredero del romanticismo, prefiero la humildad alcanzando, mediante ella, el corazón de un puñado de lectores. Cuál sería mi sorpresa al descubrir que la cantidad no era tan humilde y el público se decantaba masivamente por Diario de un Cazador – Linaje.
Estoy convencido de que los jóvenes, con una apertura de miras considerablemente superior al lector avanzado, tiene una gran responsabilidad en la 2ª edición del libro. Mientras que el lector maduro se estanca en un género, dos a lo sumo, el público juvenil picotea en diferentes fuentes y disfruta de la diversidad literaria.
Por tanto, no podemos decir que nuestros jóvenes no lean, simplemente porque no es cierto. No podemos afirmar que se decanten únicamente por la literatura fácil, porque el prestigio y la calidad de algunas sagas induce a pensar lo contrario, y no podemos decir que no sienten curiosidad por géneros diferentes pues, a pesar de que Diario de un Cazador emplea el terror y los tintes góticos como vehículo, es la narrativa contemporánea la que soporta el peso íntegro de la obra. Quizá eso lo convierta en un producto diferente y en ello base el éxito que le ha conducido hasta las listas de libros más vendidos. ¿Quién sabe?
No pretendamos acercar la literatura a los jóvenes a toda costa, dejemos que los jóvenes se aproximen a la literatura según su criterio y gustos. El resultado es innegable.
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