Desde los tiernos años de infancia vengo siguiendo el Festival de Eurovisión. ¿Qué quieren que les diga? Me gusta.
Aunque no soy de los experimentados veteranos que contactan con otros por internet, buscan información, votan en las webs, etc., creo que puedo considerarme eso que se ha dado en denominar “eurofan”.
Me gustaría dejar claro que la actuación de Daniel Diges, los bailarines y la segunda voz fue, simplemente, impecable. Con su “Algo Pequeñito” (Something Tiny) nos han granjeado el puesto número quince de un total de treinta y nueve, es decir, una posición nada despreciable.
El montaje de la organización en Oslo no tuvo desperdicio. Debo reseñar especialmente las conexiones con los diferentes países europeos en directo e incluso con algunas familias en el interior de sus hogares. Francamente divertido y fresco.
La mancha negra que todos conocerán ya, la entrada improvisada de un espontáneo –que no lo es tanto a tenor de sus variopintas actuaciones del pasado– en mitad de la interpretación de la canción que representaba a España, como no. Habrá países en Eurovisión… sí, pero el individuo tenía que ser español –catalán para más señas– y, por tanto, no podía chafar otra actuación que no fuera la nuestra. La primera vez que ocurre algo similar en la historia del Festival.
Sobre este individuo –del que no voy a señalar ni tan siquiera el nombre– no añadiré más, pues es precisamente esto lo que desea: publicidad, no obstante, me sirve para reseñar la profesionalidad del equipo español. Cuatro pedazos de bailarines que continuaron adelante sin pestañear siquiera ante la presencia del elemento inesperado. Una segunda voz que procedió a llevar a cabo su cometido sin dudar. Daniel Diges, al que no le tembló la voz un instante. ¡Fantásticos estuvieron!
No pude evitar sentir lástima al observar el desconcierto primero y la decepción después en el rostro del cantante. Y es que, preparar una actuación así requiere mucho trabajo, esfuerzo y ganas, máxime cuando se representa a un país como España –con la que está cayendo y la imagen que tienen de nosotros en Europa– y, para remate, ante una audiencia millonaria. Que todas estas ilusiones te las desbarate un imbécil resulta, como poco, frustrante.
La organización, finalmente, nos permitió actuar al final del show, esta vez sin elementos desestabilizadores. Así que, con el puesto quince, hemos hecho historia en el Festival de Eurovisión.
No han sido pocas las ocasiones en que hemos quedado en posiciones inmerecidas pero, esta vez más que nunca, me veo en la obligación de felicitar a nuestros representantes en el show y agradecer su buen hacer. ¡Os lo habéis ganado!
Me queda algo de lo que hablar y no es un tema sencillo. Las votaciones. Cambien el sistema de votaciones ya, por favor. No se puede permitir que la parcialidad de las poblaciones –y también de los jurados profesionales– destruya sistemáticamente la esencia del festival, que no es otra sino engrandecer la canción. José Luis Uribarri bien lo sabe –vuelva el año que viene maestro, sin usted no sería lo mismo–.
Y por último, la victoria alemana. ¿Es casual que dada la situación de crisis mundial gane Alemania, el país que es sostén junto a Francia de la Unión Europea en este momento? No es por desprestigiar a la joven representante teutona, pero su interpretación dejaba mucho que desear y la calidad de la canción resultaba ínfima en comparación con otras muchas presentes en el festival. Quizá sí, quizá no. Algunos defienden que la política está presente, puede que de manera patente, en el evento. Otros lo niegan con fervor. Sea como fuere, juzguen ustedes mismos. Yo lo tengo claro.
Daniel, José Luis, cuadro de baile y segunda voz, ¡FELICIDADES!
El año que viene estaremos al otro lado de la pantalla viendo el espectáculo.
Si es que, en el fondo, somos masoquistas.
Un saludo.
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