Acabo de llegar a casa después de ver un supuesto espectáculo teatral perpetrado por la actriz Antonia San Juan en el Teatro Alameda de mi ciudad natal, Málaga. Digo supuesto, y digo bien, y digo perpetrado, y digo aún mejor. Ahora paso a explicar las razones de que escriba esta modesta entrada en la página.
He abandonado el Teatro Alameda con una mezcla de emociones que, dudo mucho, sean lo que alguien debería sentir tras presenciar una representación teatral; a saber: frustración, vergüenza, indignación, ira y pena, mucha pena.
Por un lado, debo confesar que fui invitado por unos amigos a la obra “Mi lucha” de la señora San Juan, razón por la que no he llegado a abandonar el teatro durante la función, por respeto a ellos, no a la señora San Juan, que no merecía tan galante comportamiento por mi parte, puesto que ella no duda en faltar el respeto a personas como yo a lo largo de eso que ha dado en llamar “su obra”.
La señora San Juan comienza el espectáculo con una sátira en la forma de un pseudo-pasodoble en el que no duda en hacer mofa de los españoles y de España en general, incluyendo algún gesto soez, y de dudoso buen gusto, íntimamente relacionado con sus partes pudendas.
Tras este escarnio a todo lo español, procede a presentar una serie de números, cómicos y dramáticos, unos más afortunados que otros, pero recreándose en un lenguaje excesivamente ordinario, cosa que me entristece porque algunas de sus piezas podrían haber resultado bastante solventes de no ser por sus constantes referencias a los genitales y lo que con ellos puede hacerse en otras partes de la anatomía, tacos, palabrotas y demás lindezas, sazonado, por si fuera poco, con constantes píldoras envenenadas y una indisimulada saña contra todo aquello relacionado con la religión, la fe y los símbolos religiosos, especialmente católicos (imagino que como tantas otras personas "bienintencionadas", no tiene lo que hay que tener para meterse con los musulmanes. Con los cristianos es muy fácil, porque nunca responden…) Llega incluso a comparar a las personas que tienen fe con los terroristas radicales islámicos que han perpetrado matanzas en los últimos tiempos. En este punto, no es que no diera crédito, es que me sentí directamente insultado.
Esta señora, que se presenta como un adalid de la tolerancia y, cito literalmente: “La actriz, que critica todo aquello que suene a superstición, machismo, imposición o intolerancia…”, es decir, que presume de atacar la intolerancia, ejecuta en su espectáculo las artimañas propias de un talibán, secuestrando y defenestrado la libertad de los demás, de lo que deduzco que, mientras se esté de acuerdo con su visión, todo marchará bien, pero si tu punto de vista es diferente, entonces serás tildado de muchas cosas, ninguna de ellas hermosas. Eso, señora San Juan, no es precisamente una actitud tolerante, más bien lo contrario; es una actitud propia del nazismo (de ahí el título, imagino, en este caso muy apropiado). Se lo señalo por si no lo sabía.
Y como creo que no le ha quedado claro lo que significa la palabra tolerancia, le copio el significado de la Real Academia de la Lengua (quizá sí debería ser como María Moliner...)
TOLERANCIA
1. f. Acción y efecto de tolerar.
2. f. Respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias.
3. f. Reconocimiento de inmunidad política para quienes profesan religiones distintas de la admitida oficialmente.
4. f. Diferencia consentida entre la ley o peso teórico y el que tienen las monedas.
5. f. Margen o diferencia que se consiente en la calidad o cantidad de las cosas o de las obras contratadas.
6. f. Máxima diferencia que se tolera o admite entre el valor nominal y el valor real o efectivo en las características físicas y químicas de un material, pieza o producto.
Debo confesar que yo asistí a la función con la ilusión de ver a una actriz en varios registros, con monólogos críticos o ácidos, y me he llevado una decepción abrumadora. Esto no es por lo que mis amigos pagaron los 25 euros que valía la entrada (150 en total), señora San Juan, pero, por encima de todo, le aseguro que “su lucha” no es la mía.
Aunque el dinero (incluso el dinero de un miembro del público al que usted no duda en insultar y despreciar sin complejos) no es el problema. Imagino que su ideología pasará a un segundo plano cuando se trata de escuchar sonar la caja registradora, como tantos otros de sus colegas, el problema es la vergüenza ajena que hace usted sentir a su público con sus constantes palabrotas, referencias fálicas y vaginales, con los escupitajos que lanza en el escenario, con lo soez de su lenguaje o con los insultos dirigidos a personas que han perdido su tiempo y sus euros yendo a verla. Por eso sí debería usted pedir disculpas, aunque solo fuera eso.
Personalmente, me siento frustrado por perder mi escaso (y por tanto valioso) tiempo y los 25 "talegos" de mis amigos. Me siento avergonzado de lo que he visto y escuchado esta noche. Me siento indignado por ser insultado y no tener manera de responder a la ignominia. Todo ello conduce a que me sienta cabreado, muy cabreado, y finalmente, a que sienta pena, pena por ver cómo alguien que presume de tolerancia sea, en realidad, más intolerante que aquellos a los que critica; pena por ver como una actriz profesional, en lugar de dedicarse a lo que debería, que es actuar, o en lugar de explotar un guión con un texto inteligente y agudo, se queda atrapada en un número vulgar de local de copas venido a más.
He de decir que “su lucha” es para mí un espectáculo lamentable, deleznable y penoso y, curiosamente, no lo siento tanto por mí como lo siento por usted. Quizá sea porque soy uno de esos estúpidos que prefieren en ocasiones anteponer “la religión a la razón”, como usted misma indica en su libreto.
Suerte para usted, ¿verdad? Tranquila, son cosas que pasan.
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Francamente querido, me
Yo asistí a esta misma obra